Los comentarios machistas, el piropo grosero, los chistes obscenos, las imágenes de los cuerpos femeninos tratados como objetos circulando por whatsapp o en la publicidades, los acosos denigrantes, las violaciones brutales, y los feminicidios o femicidios atroces ya no dan para más. Las cosas están comenzando a ser de otra manera; tal vez, por temor al escrache, a la pérdida de reputación o por no querer cargar con algún tipo de demanda judicial, o tal vez, porque algunos puedan comenzar a re-pensar la manera en la que les hicieron ver a las mujeres. Creo que la tarea de tantas feministas que denuncian, se expresan, acompañan, animan, sostienen, concientizan y luchan está comenzando a observarse. Creo que muchas mujeres –y ahora también algunos hombres- se están animando a denunciar estas injusticias y atrocidades.
Ya hace unos cuantos días que estoy observando, que en algunos medios, se ha instalado el debate sobre el feminismo. Esto no ocurría con tanta frecuencia ni con tanta profundidad. El feminismo era más bien un tema académico y solo dentro de algunas profesiones. Y si se hablaba, era casi exclusivamente para describir morbosamente algunos casos particulares de violencia de género o feminicidio. ¿Qué pasó, entonces? ¿Qué cambió?
Probablemente esté cambiando la manera de entender qué digo cuando me declaro feminista.
Digo muchas cosas que es bueno aclarar, porque, hasta no hace mucho tiempo, decir “Soy feminista” era entendido casi como una mala palabra, como un grito de odio hacia los hombres, como una provocación lésbica a la sociedad, y tantas otras connotaciones… eso sí, siempre negativas. Decir soy feminista implicaba ser la rebelde, la inadaptada, la rebuscada, la loca, la que incomodaba. Es verdad que la lucha de muchas feministas ha sido muy dura y frontal… ¿Cómo no serlo si muere una mujer cada veintiocho horas, si la crueldad en las violaciones y acosos es cada vez mayor? El tema es grave. Muy grave.
Cuando digo que soy feminista quiero expresar mi deseo de una sociedad mucho más igualitaria, donde las mujeres no seamos víctimas del acoso, de la violencia y hasta de la muerte, donde no seamos víctimas de la violencia psicológica doméstica, cotidiana, sutil pero denigrante, donde no seamos víctimas del maltrato, del control de algún varón, de la burla y del menosprecio. No pienso que varones y mujeres seamos iguales, pienso en igualdad de derechos y posibilidades, pienso en inclusión y equidad, pienso en un mundo más fraterno.
Cuando digo que soy feminista quiero romper con un estereotipo de mujer. Ni la “Susanita”, ama de casa y madre abnegada y silenciosa que se posterga eternamente, ni la absolutamente liberada de los parámetros familiares que vive sola y amargada, dependiente absoluta de su trabajo y del consumismo. Tampoco es la mujer esclava de su cuerpo, de la moda, los tratamientos de belleza y el gym. No somos todas iguales, deseamos cosas distintas, tenemos capacidades diferentes, pero para romper los estereotipos es necesario tomar conciencia de nuestra situación y ver cuáles son aquellas cosas que el sistema patriarcal estableció que no nos permiten ser libres.
Cuando pienso en feminismo pienso en una mujer plena, libre, que acepta su cuerpo, su edad, sus limitaciones y celebra sus logros, su belleza, su fortaleza y las ganas de seguir creciendo constantemente. Pienso en un mundo más humano para mis hijas, en primer lugar, y también para mis hijos, donde la equidad sea una realidad que se vive en la intimidad de las relaciones, en la cultura, en la religión, en la política, en la sociedad. Un mundo más humano en el que puedan vivirse los valores de la reciprocidad y la armonía, de la libertad y la comprensión, y, del cuidado y el afecto.