Esta mañana hablaba con una persona por videoconferencia (tiempo de pandemia) y me decía con un dejo de decepción y hartazgo: «En esta cuarentena, no hay nada para agradecer» ¿En serio? Sí, muy en serio.
Tal vez, el encierro nos «achicó» la mirada. A lo mejor no disfrutar de algunas cosas que hacíamos habitualmente nos hizo olvidar de aquello que nos daba placer y que nos hacía sentir bien. Quizá se adormecieron un poco nuestras percepciones.
Sin embargo, ahí están las pequeñas cosas que nos gritan desfachatadas que hay más, mucho más: nuestro corazón sigue latiendo, nuestros pulmones nos permiten respirar, nuestro cerebro, pensar, y cada célula, cada órgano sigue funcionando maravillosamente para mantenernos vivas/os, podemos hablar y conectarnos con otras personas, podemos reír y llorar, podemos bañarnos y vestirnos, alimentarnos, saludar, leer, cocinar, bailar, dormir… y la lista sería infinita. Tenemos afectos y recuerdos. Tenemos sol y lluvia y una naturaleza que se recompone. Pensálo. Solo tomáte unos minutos para pensarlo. Seguramente hay montones de cosas negativas, cosas que nos bajonean, cosas que no salen como habíamos pensado, pero hay tantas otras por las que agradecer. Solo es cuestión de ir despacio, tomarse el tiempo y agudizar los sentidos: mirar con detenimiento, oler con más ganas, saborear lentamente, escuchar lo pequeño, acariciar y tocar con delicadeza. Valorar y agradecer. ¡Qué tiempo tan propicio para hacerlo!
Seguramente, también te viene a la memoria la canción de Serrat
AQUELLAS PEQUEÑAS COSAS
Uno se cree
que las mató
el tiempo y la ausencia.
Pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas,
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.
Como un ladrón
te acechan detrás
de la puerta.
Te tienen tan
a su merced
como hojas muertas
que el viento arrastra allá o aquí,
que te sonríen tristes y
nos hacen que
lloremos cuando
nadie nos ve.