Cómo nos gusta tener todo clasificado, rotulado, encasillado y ordenado… según nuestro criterio. Claro, según nuestro criterio, el único válido – ¿cómo no? – ; el que nos hace ver el mundo como “normal”. Y todo lo que no encaja en ese criterio de normalidad, está mal, es anormal, nos hace sentir incómodas/os. Naturalizamos aquello que encaja en nuestros parámetros; todo lo demás queda afuera. Esa es la manera en la que hemos sido educadas/os. Yo soy la medida de todas las cosas, yo tengo la verdad, yo busco la verdad. Nos cuesta aceptar la multiplicidad y complejidad de las personas que nos rodean, reconocer la diversidad, escuchar la pluralidad de voces. Algunas cosas nos parecen tan naturales. ¿Cómo cambiarlas? ¿Para qué?
Lentamente, vamos comprendiendo que esas estructuras fijas en las que intentamos encerrar la realidad cada vez resisten menos, los patrones tradicionales son reemplazados por subjetividades abiertas, aparecen verdades polifacéticas, puede verse una rica trama asomando por debajo de esas estructuras. Una realidad muy diversa hace fuerza por ser reconocida. Nuestros viejos cajones ya no resisten más. Va llegando la hora de no intentar encerrar la realidad en pequeños compartimientos sino recuperar la mirada de niñas/os; una mirada que se asombra de lo que va descubriendo a su paso sin preconceptos. Y aceptar…
El tiempo que nos toca vivir es hermoso; está lleno de posibilidades, solo hay que animarse. Nos cuesta un montón dejar aquellas viejas estructuras; nos daban seguridad. Sin embargo, solo es necesario mirar hacia los costados y ver que somos muchas/os los que lo estamos intentando, y, ciertamente, arriesgarse con otros es más fácil. Podemos equivocarnos, podemos salir un poco magulladas/os, pero doy fe de que vale la pena.
¡Vamos!