La Biblia es un libro muy extenso. Ya en nuestra entrada del 27 abril de este año decíamos que la Biblia es una gran biblioteca o colección de libros. Para orientarnos en ese gran territorio, además del nombre del libro, el texto aparece dividido en capítulos y versículos que funcionan como coordenadas para situarnos. Los capítulos separan unidades mayores (Se indican con un número grande) y los versículos o versos son oraciones o partes pequeñas dentro de esos capítulos (Se indican con un número más pequeño entre las oraciones o palabras). Estas segmentaciones fueron agregadas con posterioridad al texto original. La división en capítulos y versículos es universal, ya que todas las Biblias las tienen en el mismo lugar; y es arbitraria ya que muchas veces no siguen un criterio o justificación. Pero, como te imaginarás son muy necesarios para que todos podamos ubicarnos dentro del texto. Por ejemplo, Juan 15:1 (Evangelio de Juan, capítulo 15, versículo 1) dirá: «Yo soy la vid verdadera, y mi Padre es el viñador.»; Génesis 1:1-2 (Génesis, capítulo 1, versículos 1 a 2) dirá: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desordenada y vacía, las tinieblas estaban sobre la faz del abismo y el espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas.»
Además de los capítulos y versículos, en la mayoría de las Biblias encontramos algunos títulos y subtítulos que pone cada editor. Esos títulos o subtítulos intentan ordenar el contenido a partir de temas o relatos según un criterio editorial. Si bien estos títulos y subtítulos pueden ayudarnos a entender algunas cosas, también es cierto que no forman parte del texto bíblico (No se leen al proclamar la Palabra), y pueden inducir o influir la lectura e interpretación. Por ejemplo, no es lo mismo “La pecadora perdonada” (Biblia de Jerusalén, El libro del Pueblo de Dios, etc.), “Perdona a la pecadora” (La Biblia de Nuestro Pueblo), “La pecadora arrepentida” (Sagrada Biblia. BAC), “El fariseo y la mujer pecadora” (Biblia de Latinoamérica), “Jesús en el hogar de Simón el fariseo” (Biblia Reina Valera 1960) o “Una mujer pecadora unge a Jesús” (Biblia Nueva Versión Internacional). Sin ahondar demasiado salta a la vista que unas versiones intentan que nos centremos en la “pecadora”, otras en el fariseo y la pecadora y otra en la unción a Jesús. Ciertamente, para Jesús el fariseo era tan pecador como la mujer, pero eso no aparece en ninguno de los títulos. En fin, podríamos mostrar muchos ejemplos más, pero basta para entender cómo el criterio editorial podría condicionar nuestra interpretación.
Independientemente del criterio editorial para la división del texto, en una simple lectura podemos identificar unidades de sentido. Esas unidades se llaman perícopa o parágrafo, es decir el párrafo o sección del texto bíblico que leemos durante la liturgia, utilizamos en las reflexiones o momentos de oración, o en los estudios bíblicos y que tienen un sentido. Muchas veces coinciden con los títulos o subtítulos que mencionábamos anteriormente. Sin embargo, otras veces seremos nosotros los que podremos delimitar la perícopa.
¿Dónde comienza y dónde termina una perícopa? ¿Cómo se puede delimitar? ¿Podemos elegir libremente donde cortar el texto? Es muy importante poder delimitar correctamente la perícopa para no hacer decir al texto lo que nosotros queremos, y si bien hay ciertas libertades, no es conveniente cortar el texto arbitrariamente. Es así que la exégesis bíblica (análisis de los textos bíblicos) nos propone una manera de delimitar esas perícopas: cada vez que encontramos un indicador textual de cambio de tiempo (seis días después, al otro día, etc.), lugar (en lo alto del monte), de personajes (la profetisa Ana, un hombre llamado Simeón, etc.) o el comienzo de un nuevo tema o contenido (sobre el ayuno, sobre el sábado, etc.) comienza una nueva perícopa. Esas señales textuales que aparecen en el mismo relato nos indicarán el comienzo y final de cada perícopa. Si nos encontramos en presencia de un discurso, una oración o canto ciertamente no debería cortarse el texto.
Todo esto nos permite comprender que si bien tenemos ciertas libertades al momento de analizar un texto bíblico, existen algunos métodos o herramientas que contribuyen a darle mayor fundamento a nuestro análisis. No debemos perder de vista que la Biblia tiene una cierta unidad, cada libro bíblico tiene, también, su unidad; y respetar la coherencia interna de los textos nos permite llegar a comprensiones más cercanas a la intención de sus primitivos autores.